La
conveniencia horaria era mutua. Se juntaron frente al banco octavo, de derecha a izquierda, en el frontis del parque nacional de la ciudad, a las seis menos
treinta pm. cuando los rayos solares eran menos intensos y cada vez desistían
progresivamente en la lucha por sobrevivir frente a la inminente noche. No
hacía ni calor, ni frío. Ella, retrasada por tres minutos, él, por seis. Se
vieron desde lejos a las cinco y treintaicinco minutos. Él, absorto en quizás
qué, la vio momentos después que ella, no obstante ella lo vio una vez pudo ser
visto, aunque un poco borroso pues era una persona con una baja visión. El
viento fue testigo del simple encuentro, y ambos lo notaban con gran evidencia,
pues susurraba en intervalos precisos y constantes, armónicos y sonoros. Una
orquesta se había planteado enjambrada y con demasiados testigos como para
hacer oídos sordos frente a todo el espectáculo: las montañas se mostraban
indecisas mirando desde lo lejos y alto, preguntándose si la obra sería lo
suficientemente buena como para establecerse al final del pasillo; las escasas
nubes que por allí ululaban parecían perros vagabundos que perseguían a dos
enamorados a la vez que movían la cola en muestra de su interminable cariño;
los árboles oscilaban de uno a otro, contándose secretos ocultos mediante un
extraño lenguaje desflemado que simulaba el deterioro de su cabello
amarillento, opaco y quebradizo; el polvillo dejado por el hogaño tierral se
levantaba y charlaba con la suela del zapato del hombre cada vez que, en su
prisa de común atrasado, los balanceaba a ras de piso aceleradamente; los
extraños que por allí andaban parecían maniquíes que, inquietos por no saber
hacia dónde dirigir sus miradas, observaban los rostros de otros extraños que
también hacían de maniquíes, mientras dos vibraban en movimientos y se
escapaban de tal cometido; las vestimenta de los transeúntes, que antaño fueron
ovejas u otros animales felpudos, querían volver a la vida al ver gustosa
escena; todo, finalmente, todo estaba configurado para que aquellos dos
enamorados se encontrasen. Ella, inevitablemente, no pudo molestarse por el
retraso, pero la conveniencia era mutua, y no tan solo eso, era una
conveniencia integral pues así lo había decidido el paisaje. Se tomaron de la
mano sin decir absolutamente nada y caminaron a través de aquellos
observadores.
En esta clase del 7 de enero de 1954 Lacan se inmiscuye en el territorio de las defensas y la resistencia, dando cuenta de sus definiciones y sus problemáticas. A través de un ejemplo extraído de la clínica de Annie Reich, propia de la escuela inglesa, concluye una moraleja: es peligroso hacer una interpretación utilizando como coordenada el ego del analista, equiparándose con este acto al ego del paciente. La resistencia, adicionalmente, como aquello que suspende el trabajo asociativo, da cuenta de su vinculación directa con el contenido reprimido, una relación intima con lo Inconsciente. Duda, entonces, sobre el sentido del discurso que se despliega y, más importante, su origen: ¿Cuál es el sujeto del discurso? Llegando así a una consulta capital tras la lectura de la interpretación de los sueños, del caso del hombre de los lobos y otros, los técnicos de Freud. -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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