La conveniencia horaria era mutua. Se juntaron frente al banco octavo, de derecha a izquierda, en el frontis del parque nacional de la ciudad, a las seis menos treinta pm. cuando los rayos solares eran menos intensos y cada vez desistían progresivamente en la lucha por sobrevivir frente a la inminente noche. No hacía ni calor, ni frío. Ella, retrasada por tres minutos, él, por seis. Se vieron desde lejos a las cinco y treintaicinco minutos. Él, absorto en quizás qué, la vio momentos después que ella, no obstante ella lo vio una vez pudo ser visto, aunque un poco borroso pues era una persona con una baja visión. El viento fue testigo del simple encuentro, y ambos lo notaban con gran evidencia, pues susurraba en intervalos precisos y constantes, armónicos y sonoros. Una orquesta se había planteado enjambrada y con demasiados testigos como para hacer oídos sordos frente a todo el espectáculo: las montañas se mostraban indecisas mirando desde lo lejos y alto, preguntándose si la obra ser