Durante un real diálogo (y hablo de aquellos que solo se dan en ciertas oportunidades muy selectas entre las tantas, y también frente a quienes no vemos hace bastante y donde nos encontramos ávidos por escuchar y ser escuchados) se presenta la cadena asociativa de nuestras ideas muy explícitamente, como si de los astros se trataran (no por nada son aquellos que nos han guiado hasta las tierras que hoy pisamos), y confluyen allí chispas, que forjan ideas nuevas, aquellas que en soledad jamás podríamos alcanzar ni siquiera influido por aquello que más ensancha nuestro mundo: lo fungi.
La revolución, bajo este sentido, jamás podrá ser elaborada por una sola persona, y no me refiero a una revolución que proponga una secta que llegase a abarcar todo lo humano, sino que una más pequeña y humilde moteada de conversaciones en la más solitaria de nuestras noches. Es absurdo llegar a considerar que con una persona basta. En ese sentido, el cargo que se alcanza con la presidencia de un país es un mero espejismo dispuesto para el delirio. "El presidente tiene 36" escuchaba a un paciente decir, absorto en cuanto había mancillado su posición al fijarse en que compartían edad y el semblante que este alcanzaba frente al que él podía sostener.
Así, no hay mayor goce que el que deja tras de sí una honesta conversación. A veces estas pueden darse en un grupo, y si nos fijamos, en los grupos que al interior de nosotros cargamos. Tenemos, sin sospecharlo lo suficiente, una comunidad que marca los compases de aquellas canciones tan diversas que como forma adquieren nuestros diálogos en solitario. ¡Si tan solo pudiéramos llegar a encontrar nuestros referentes de manera menos complicada! Pero es un hecho, y a veces puede ser mejor que se mantenga este estado de cosas. El énfasis al que le quiero dar es a la honestidad, y la relevancia que toma en relación a la creatividad, pues puede incluso llegar a conformar una revolución insospechada.
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