En el subsuelo no existe ni el día, ni la noche. No existe siquiera un método para poder determinar empíricamente la zona horaria el cual somete a este espacio. Es como proveniente de otro lugar, muy lejano a la superficie y asimismo a todo pensamiento que podría llegarse a articular con respecto a él. Su clima, que en principio y con el uso de nuestras sensibilidades denota una obscuridad propia del de tipo nocturno (y que llega a fundirse con este), oculta su real esencia tras un velo de espesor y pesadumbre. “¿Qué hora es?” Se pregunta un agotado trabajador al final de su jornada, quien revisa su reloj de manera apremiante y con un sentimiento de aflicción. “Son las seis menos quince” dicta su mente, que aún en su intranquilidad puede hacerlo sin titubear, tal como salta pacíficamente un equilibrista sobre una cuerda tan delgada como el hilo de coser. No obstante, él no hace la distinción de que este espacio no se rige por aquellos números. Bajo la superficie, aquellos números se vuelven líquido, tan solo una ambigüedad, mucho más ambigua incluso que los propios números, estimulando la imposibilidad de ser representados mentalmente (contrario a la capacidad que asegura la superficie, en donde se puede observar el entorno, por ejemplo la luz o, por el contrario, la obscuridad, los astros y demás). Es esta imposibilidad la que permite una distorsión parcial de nuestras vidas, y en específico, de su ritmo. Y digo parcial, pues una vez distanciados de este espacio, vuelve todo a su lugar. Lo visualizo como un apaciguador, un placebo contra la aversión al trabajo y todas sus formas. En silencio finaliza la jornada, se desciende al subsuelo, y por tanto, emana de forma implícita e inconsciente una distorsión del concepto espacio y tiempo que permite superar lo que sucedió previamente (en especial lo malo) y comenzar un proceso de convencimiento subjetivo de que pronto todo acabará al alcanzar el cómodo y anhelado hogar a través de este espacio que asegura fluidez, rapidez y brevedad. No obstante, estas promesas jamás se cumplirán, pues como evidencié anteriormente, un minuto aquí no es un minuto realmente, es mucho más que eso, a propósito de la distorsión inherente de este espacio que cumple con la expectativa de que el próximo día se repita esta circularidad como una ley establecida por mandato divino.
Esta obscuridad, que es atenuada con luces y sonidos, embriaga los sentidos, y nos hace susceptibles de ver y escuchar todo aquello que llame nuestra atención, que curiosamente lo es todo, facilitado por la nebulosidad del espacio, pudiendo inundar de manera simple y cómoda nuestra extensión psíquica con lo que el mercado y otras instituciones determinen conveniente, incluso, conceptos y percepciones de nuestra realidad. O sea, este espacio obscuro del que les hablaba anteriormente no es el único que facilita una distorsión dentro de nosotros, es incluso en sus propios espacios luminosos donde se puede encontrar otro facilitador, uno que no es parcial como lo es el clima del subsuelo, pues se prolonga más allá del espacio mismo del bajo suelo, al alcanzar el hogar, la mesa en donde comemos, nuestro catre, incluso el proceso de arroparnos, conversar y soñar. Lo anuda todo, lo inunda todo, desde que levantamos el pie para subir el último escalón hacia la superficie.
Esta obscuridad, que es atenuada con luces y sonidos, embriaga los sentidos, y nos hace susceptibles de ver y escuchar todo aquello que llame nuestra atención, que curiosamente lo es todo, facilitado por la nebulosidad del espacio, pudiendo inundar de manera simple y cómoda nuestra extensión psíquica con lo que el mercado y otras instituciones determinen conveniente, incluso, conceptos y percepciones de nuestra realidad. O sea, este espacio obscuro del que les hablaba anteriormente no es el único que facilita una distorsión dentro de nosotros, es incluso en sus propios espacios luminosos donde se puede encontrar otro facilitador, uno que no es parcial como lo es el clima del subsuelo, pues se prolonga más allá del espacio mismo del bajo suelo, al alcanzar el hogar, la mesa en donde comemos, nuestro catre, incluso el proceso de arroparnos, conversar y soñar. Lo anuda todo, lo inunda todo, desde que levantamos el pie para subir el último escalón hacia la superficie.
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