A veces me encuentro con la obligación de hacer algo que intrínsecamente no deseo, y cuando esto sucede, el resultado es por lo general desastroso. No obstante, deseo con una enorme convicción (y una infinita, si realmente me lo propongo) que no ocurra en estos momentos en los que me encuentro escribiendo esto, pues de verdad me detestaría y no podría conciliarle el sueño a esta alma inquieta, ni aunque la estuviese meciendo por un par de horas evadiendo así otro tipo de responsabilidades.
Hace ya bastante tiempo que la inspiración se escapó de mis cuatro paredones. Fue hace tanto que mi memoria no alcanza a determinar el día exacto que lo hizo. No obstante siempre estuve en una constante búsqueda, que realmente ha sido infructuosa, tal como pueden apreciar en esta confesión. Aunque en estos momentos, en el silencioso cuarto en el cual me encuentro escribiendo esto, la siento, tal como alguna vez advertí el soplo del invierno crudo arrimarse sobre los pobres tejados de mi vivienda. La siento, y es tan cercana a mi, tan cercana a la lampara que se encuentra sobre mi escritorio, que podría enfocarle, desnudarle, y finalmente despojarla de su velo que me ha impedido verla por tanto tiempo. Sin embargo, mis miedos me paralizan, y lo único que permito mover son estos dedos que rosan cada tecla como si fuese yo mismo un artificio ensamblador destinado a la inercia. Está tan cerca, y estos desagradables miedos me impiden captarla. Pienso en ellos, y en la batalla que he de librar. Me acerco tembloroso, en mi imaginario, hacia aquellos gigantes molinos que giran sin detenerse. Quiero enfrentarlos, ya que tan solo haciendo aquello podría concluir mi encuentro. Desenfundo lo que parece ser una espada, algo que no le encuentro sentido, pero que pronto hace envalentonar mis brazos. El espacio y el tiempo, se prolongan de la misma forma. Mis rodillas no soportan el peso abrumador de querer hacer algo pero no poder, al mismo momento. Cada palabra que expreso se demora en su brotar, y a la vez que el tiempo se extiende, sus construcciones se hacen cada vez más enmarañadas. Por allí, grita la inspiración algo que no logro descifrar, pero me entrega coraje y solidifico mi postura. Los molinos caen lentamente, al mismo tiempo que la inspiración acude a mi, me besa la mejilla y posa su prodiga mano en lo que parece ser un punto.
Hace ya bastante tiempo que la inspiración se escapó de mis cuatro paredones. Fue hace tanto que mi memoria no alcanza a determinar el día exacto que lo hizo. No obstante siempre estuve en una constante búsqueda, que realmente ha sido infructuosa, tal como pueden apreciar en esta confesión. Aunque en estos momentos, en el silencioso cuarto en el cual me encuentro escribiendo esto, la siento, tal como alguna vez advertí el soplo del invierno crudo arrimarse sobre los pobres tejados de mi vivienda. La siento, y es tan cercana a mi, tan cercana a la lampara que se encuentra sobre mi escritorio, que podría enfocarle, desnudarle, y finalmente despojarla de su velo que me ha impedido verla por tanto tiempo. Sin embargo, mis miedos me paralizan, y lo único que permito mover son estos dedos que rosan cada tecla como si fuese yo mismo un artificio ensamblador destinado a la inercia. Está tan cerca, y estos desagradables miedos me impiden captarla. Pienso en ellos, y en la batalla que he de librar. Me acerco tembloroso, en mi imaginario, hacia aquellos gigantes molinos que giran sin detenerse. Quiero enfrentarlos, ya que tan solo haciendo aquello podría concluir mi encuentro. Desenfundo lo que parece ser una espada, algo que no le encuentro sentido, pero que pronto hace envalentonar mis brazos. El espacio y el tiempo, se prolongan de la misma forma. Mis rodillas no soportan el peso abrumador de querer hacer algo pero no poder, al mismo momento. Cada palabra que expreso se demora en su brotar, y a la vez que el tiempo se extiende, sus construcciones se hacen cada vez más enmarañadas. Por allí, grita la inspiración algo que no logro descifrar, pero me entrega coraje y solidifico mi postura. Los molinos caen lentamente, al mismo tiempo que la inspiración acude a mi, me besa la mejilla y posa su prodiga mano en lo que parece ser un punto.
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